domingo, 4 de diciembre de 2016

Quiet



Es mi tarde libre de la semana, lejos de niños y responsabilidades. Aquí estoy; sola, en una cafetería en el centro de Cambridge, con mi bicicleta en la puerta, escribiendo postales y bebiéndome un caramel macchiato. De espaldas a toda esta gente, de cara al mundo en la ventana. Disfruto, sin preocuparme del reloj. No sé qué hora es y no sé cuánto voy a estar aquí y a mi naturaleza controladora parece darle igual.  
¿Qué sería de mí sin estas citas a solas conmigo en las que entro tirándolo todo a mi paso y salgo como andando entre nubes?
Son las 15:06 de un viernes de Diciembre y me he acordado de algo. 
Hace unos meses entré en mi librería favorita sin rumbo -peligroso- y me topé con este libro que de lejos parece estar en blanco. Adoro las portadas que son un preludio de la moraleja al final del libro.
Empecé a leerlo porque como amante de la educación, pensé que acabaría encontrando la receta mágica para ayudar a esos niños que prefieren quedarse en una esquina jugando con su osito de peluche o mirando jugar a los demás.
Nadie me advirtió de la sorpresa al empezar a leer pero a las cuatro páginas ya estaba llamando a esa gente que me ha visto crecer, preguntando anonadada "¿soy introvertida? dime la verdad, ¡lo soy! ¿a que sí?". La mayoría de gente me dijo que no, pero mi madre, entre risas, me dijo: "Pero bueno, no me digas que te enteras ahora. Desde bien pequeñita, vaya". Los días siguientes entré en una burbuja de preguntas y respuestas y "Quiet" se convirtió en mi Vademécum.  
Entonces, ¿los amantes de la calma y el estar en sí somos necesariamente introvertidos? Veréis, yo adoro y necesito compartir, hablar, salir, bailar, escuchar. Pero sé que me llevo bien con la del espejo y no me da miedo estar con ella el tiempo que haga falta. Me asustan los colores vivos, la música sin melodía, la gente que habla mucho pero no tiene nada que decir. Soy adicta a las emociones fuertes, al susto del cambio, a lanzarme a la piscina, a que se rían conmigo, a las montañas rusas, ¿pero qué clase de introvertida, eres, entonces?
Hay una barbaridad de tipos diferentes de introversión y la verdad es que no creo que haya un introvertido igual que otro.
Hay introvertidos extrovertidos; que han aprendido a comportarse como extrovertidos pero que una vez están solos, bajan la guardia, pierden la cuenta del tiempo y disfrutan de los ochocientos mundos interiores de su mente. Hay introvertidos con fobia social que viven entre multitudes. Hay introvertidos asustados de salir de debajo de la mesa. Hay introvertidos rodeados de introvertidos, los hay que lo gritan a los cuatros vientos, los hay que se irán a la tumba sin saber que pertenecen a este saco abstracto en el que resulta que estaba bien metida. Y no pasa nada. 
En el libro se habla de experiencias miles y de gente que ha llegado lejos, lejísimos, con su introversión. 
Se habla de la revolución del silencio, de la fuerza en la suavidad, del poder de la profundidad. De la necesidad de tener líderes que sepan observar, analizar y cuidar los detalles, con los ojos de quien sabe mirar, porque observando saborean el mundo. 
Se habla de culturas, de lo que más se valora en distintas sociedades; de que en China existe una palabra para los niños que son más sensibles y retraídos; dongshi, un elogio común. Los adolescentes de esta misma cultura prefieren tener amigos "honestos, trabajadores o altruistas" mientras que en la cultura norteamericana, se prefiere a los más "animados, entusiastas o sociables".  Se habla, incluso, de la diferencia en proverbios en ambos lados del globo. ¿Con cuál os quedáis?

Those who know do not speak. 
Those who speak do not know.
-Lao Zi, The way of Lao Zi.


Be a craftsman in speech that thou mayest be strong, for the strenght of one is the tongue, and speech is mightier than all fighting. 
-Maxims of Ptahhotep.

En absoluto quiere esto decir que una cultura tiene más valor que otra, pero conocer algo así te hace preguntarte muchas otras. ¿Tendrán los niños extrovertidos en China la necesidad de esconderlo? ¿Qué pasa con los niños de América que nunca llegan a ser animados o sociables? ¿A qué lado de la balanza pertenecemos nosotros, europeos? 
Al acabar me quedé en blanco, sin definición, pero con la certeza de conocer a un puñado de introvertidos felices, que han aprendido a no parecerlo. Es uno de esos libros que debería ser de lectura necesaria ya guste el primer proverbio, el segundo o ninguno. Está la mitad del planeta esperando a que los descubran y con suerte entiendan.
Asomaos a ellos, abrid los ojos, veréis. 



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